4.4.05

Primavera y otros recuerdos

Quizá es una tontería, pero al igual que en septiembre, cuando cambia la estación y se aproxima el otoño, en estos días noto cómo llega la primavera. En septiembre la luz cambia. No podría dar más detalles, es simplemente eso: la luz es diferente. En esta época, en que los días vuelven a alargarse, hay algo que ha cambiado. El viento ya no es la gélida racha del invierno. El sol sigue ahí a las seis, a las siete. Me devuelve a la memoria las tardes de colegio, tardes de tranquilidad, de silencio en la casa. El sol se oculta por detrás de la fachada. En la televisión nos esperan los dibujos animados. Estoy enamorado de una chica que nunca me hará caso. Soy feliz.

Son tardes que parecen alargarse mucho más de lo que duraban realmente. En algunas de esas tardes me viene a buscar mi abuela. Me trae donuts del día, los mejores que he probado en mi vida. Nunca sabrán como aquellos. Me fascina ver pasar las bandadas de palomas, que vuelan haciendo un ocho, o quizá un bucle de infinito, en el aire. Las tardes en La Soledad.

Todos esos recuerdos los engulle la noche de la memoria. Dolores, la profesora de Lengua que murió de cáncer, y que nunca supo apreciar mis dibujos. La carpa de circo hecha con palillos en clase de Plástica que arrojé a la basura nada más salir a la calle. Los recreos vendiendo pastelitos a los más pequeños. Una fiesta de final de curso que unos amigos y yo pasamos jugando a fútbol en el patio de la azotea. Un aviso de bomba -qué rocambolesco me parece ahora, pero realmente pasó- que hizo desalojar el colegio. Los ratitos de jugar a las máquinas antes de entrar a las tres. Ir a comprarles un café a los profesores en el patio. Invitar a una chica a chucherías intentando que se fije en mí. Los primeros chistes verdes que empiezas a entender. Las revistas de videojuegos que ahora parecen de la edad de piedra, pero que entonces eran lo más grande.

Muchas veces esa época vuelve a mí en sueños. En esos sueños, mis amigos no han crecido. Sigo recordándolos como cuando tenían 13 ó 14 años, incluso a los que he visto más tarde. J.L.V. aún tiene la voz sin cambiar. F.A. aún es un angelito de pelos rizados que las profesoras confunden con una niña. P.F. todavía no pesa 100 kilos. Curiosamente, no suelo soñar con mis compañeras. Y menos aún con la chica de la que estaba enamorado. Un profesor de la facultad decía que soñamos en blanco y negro. No sé él cómo lo hace, pero yo sueño en color, en cinemascope, dolby surround y versión original sin subtítulos.
Suena: Félix M. Woschek - Salam Shalom

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