26.5.06

La victoria sobre el Tiempo

Revolvía entre mis fotos, pensando un poco los abismos que abre el pasado y se engulle sin reparos. En una de ellas, te contemplé y me maravillé de lo bien que la naturaleza había hecho su trabajo. Ni tan siquiera había tomado yo la imagen, fuiste tú sola; yo sólo la retoque y la puse en un determinado contexto. Ahí estabas: preciosa, radiante, sin parangón. Acababas de romper la barrera del Tiempo con tu belleza. Porque los años pasarán, nosotros pasaremos como si no hubiéramos existido, pero esa imagen quedará: esos ojos de Venus que miran descarados al espectador, esa media sonrisa que insinua una travesura, esa cabecera -lo sé, debilidad mía- de cama modernista... Esos 20 años de tu juventud quedarán para siempre. Y podrá pasar el tiempo, pero todos los que la vean pensarán lo hermosa que era la modelo que posó para esa foto, el amor que destila su mirada, sentirán el escalofrío del Arte sacudiendo todo su ser. Y cuando ni tú ni yo seamos las mismas personas que se conocieron (ya no lo somos, para qué mentir), y sus vidas les hayan llevado dios sabe dónde, esa imagen seguirá ahí, testigo de la única manera en que el ser humano es inmortal. Y pensaré que sólo por esa imagen valió la pena conocerte, quererte y finalmente dejarte volar libre.

Suena: Aphrodite´s Child - "Valley of Sadness".

3 comentarios:

Ligeia dijo...

La última frase es una genial afirmación de lo que es el amor.

Del resto mejor no opnio, ya lo has dicho tú todo (jooo que bien escribes) es una pena no poder ver la foto (el buscador pone que soy demasiado joven para verla ;) no quiero saber que habrás puesto...)

Isabel Barceló Chico dijo...

Una reflexión interesante, pensar que es la imagen detenida en el tiempo la que puede proporcionar una cierta eternidad. Pasajera, seguramente, porque luego hasta se pierden los nombres... Saludos.

Cisne Negro dijo...

PIEZA DE MUSEO

Voluptuosidad incomparable, inefable embriaguez,
Yo te canto.
Paul Verlaine


Un escultor, un día -Auguste Clésinger
se llamaba- entregó al mundo
esa "mujer picada por un aspid"
que hoy conserva un museo.
Los turistas
junto a ella pasan; si alguno se detiene
lee la inscripción, y sigue
su visita. O con frecuencia
son grupos de chiquillos, dirigidos
por un profesor que les explica
los efectos de la terrible picadura,
cómo el autor captó el dolor,
la angustia, el miedo.
Y sin embargo
bastárales contemplar el vuelo de esos ojos,
ese rostro, escuchar los suspiros
que salen de su boca, de ese pecho
que infla el amor, esa espalda que se arquea,
esos muslos que aprieta
el gozo, para entender
que no es la Muerte la que toma
a esa mujer, sino el placer,
el éxtasis, la absoluta
anonadación del orgasmo. Si el buen Auguste Clésinger
se vio forzado por la censura de su tiempo
a inventar una anécdota trivial
que permitiera a sus ensueños
ser expuestos en el Salón del 47,
qué sutil, fascinador, inteligente
fue, para legarnos esa belleza apasionada:
el instante supremo
en que una mujer entrega su carne
a la Historia.

José María Álvarez, poeta (y uno de mis referentes más fuertes) en "El botín del mundo". Ed. Renacimiento, 1994.

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