Preludios

Mi primer relato permanece inconcluso. Debía de tener unos diez años, lo escribí en la vieja Olivetti de mi padre. Se llamaba "El huevo frito", y era, por así decir, un spin-off de una serie de dibujos sobre una hormiga que me gustaba mucho. Recuerdo aún la sensación de tener en mis manos todo un universo que estaba a punto de ser creado, una experiencia de ser libre, de poder hacer lo que quisiera, de jugar a ser Dios, que aún puedo recordar y que me estremece.
Durante toda mi vida he escrito de todo, fueran diarios personales, fichas con la información de mis amigos, crónicas de lo que pasaba en clase... A los doce o trece escribí dos historias sobre unos hermanos que se convertían sin quererlo en investigadores de casos raros que pasaban a su alrededor. No recuerdo cómo se llamaban -aunque sí recuerdo el nombre de su pueblo, Piltown, que creía haber inventado, pero luego descubrí que existía realmente-, de lo que sí estoy seguro es que destruí el manuscrito. Este post y mi memoria son los únicos testigos de que alguna vez existieron esas historias.
En el limbo -o más bien debería decir, en la biblioteca de Lucien, en el territorio de Sueño- se encuentran todas esas narraciones que nunca concluí: la de un semielfo que tenía cierta enigmática misión más allá de dos montañas gemelas, la de unos gángsters que planean secuestrar a la hija del alcalde y uno de ellos se enamora de ella, la de un rebelde sin causa que le cuenta una historia a su novia sobre un suicida, la del fotógrafo coleccionista de instantáneas de suicidios... Y la mejor de todas, la de Azrael, el enterrador loco que habla con una de las calaveras que ha encontrado en el osario y que es extorsionado por unos matones locales.
Se me da bien empezar las cosas, pero no terminarlas.

Suena: Groundhogs - Thanks Christ for the Bomb.