Una vez volviendo del instituto a casa, le comenté a un amigo que V. me recordaba a mi madre. No sé por qué lo dije; V. realmente no se parecía a mi madre. De hecho, fue otra de esas chicas de las que me enamoré y no podría decir por qué: no era especialmente guapa, ni tenía un cuerpo que llamase la atención, y sus hábitos de ocio no coincidían prácticamente en nada con los míos. Pero sí, me enamoré, y ella también lo supo, e incluso le hice algún poema también, pero eso no fue óbice para que el resultado fuera distinto a los anteriores. Una de las razones por las que seguí en el grupo de catequesis de confirmación fue ella. Era alegre, divertida, e incluso alguna vez llegó a venir a mi casa con una amiga para pasar el rato y hablar (algo que me sorprendió bastante, todo hay que decirlo). Pero con V., con el tiempo, vi que no teníamos nada que ver, y de hecho me alegro de que fuera un nuevo rechazo para mi colección. Lo mejor estaba por venir.
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