Conocí a L. de la forma más accidental posible: en unas páginas de internet que nunca deberían haber existido. Como a otras chicas, la agregué para hablar con ella y poder entender aquello que para mí no era entendible, pero poco a poco algo cambió. Ella era distinta a las demás. Era una persona inteligente -no entendí nunca cómo había llegado a tener ese problema-, sensible, atractiva. Esas noches delante del monitor se alargaron cada vez más y más... Hasta que ya no hubo remedio. No me importó engañar a M. para verla: llegué a Madrid un día antes de lo previsto para estar con ella. Esa sensación de clandestinidad fue lo que me dio la vida en esos últimos meses en los que mi relación con M. agonizaba. [Todo aquello lo literaturicé en su momento (y con resultados que, más o menos, aún me satisfacen, cosa harto difícil) en otro blog del que nunca sabréis su dirección]. Pero, a pesar de que lo que compartí con L., de esa conexión profunda que teníamos en ciertos aspectos, era evidente que no estábamos hechos el uno para el otro. Poco después me comentó que había conocido a alguien en las fiestas de Málaga, sin acaso saber lo que yo había llegado a sentir por ella. Desde entonces ha ido apareciendo y desapareciendo de mi vida. Lo mejor de toda esa tormentosa relación, creo yo, fue esa noche en que fue mía, esa noche en que, por un breve espacio de tiempo, pude disfrutar aquel cuerpo sacado de un lienzo de Bouguereau, sólo para mí esa noche, y no del cornudo de su novio, que se tragaba dos películas en sesión contínua mientras nosotros hacíamos el amor por primera y última vez.
Suena: Stone Circle - Crystal Burial.
Suena: Stone Circle - Crystal Burial.
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