A veces, para llegar a cierta conclusión, basta con que un pequeño detalle sea observado de una forma insospechada para que todo cobre un nuevo valor. Cuando M., hace ya muchos años, me grabó una cinta con el disco de Elend Les ténebrès du Dehors, no podía sospechar nunca que, en suma, ahí estaba todo, oculto bajo un hermético disco de ambiente malévolo. El álbum se inicia de forma muy ceremonial, con unos coros y unos órganos que parecen elevarnos hacia el paraíso... para precipitarnos acto seguido en la vertiginosa caída de Lucifer. Desde el fondo del abismo, resonando con desesperación entre el coro angelical, se va alzando el grito desgarrado del Adversario, un grito que pone la piel de gallina, y en él se concentra todo el odio y toda la venganza hacia un Dios que tiene sus planes hechos de antemano y para el que sólo somos piezas de su juego. La rebelión de Lucifer es una reafirmación de la voluntad, de la existencia. No es celebrar el mal por el mal: Lucifer es otro Prometeo (Ihsahn lo sabía y le dedicó la historia del último álbum de Emperor: The Discipline of Fire and Demise) que ha plantado cara a los dioses, otro Ícaro que se precipita a la tierra por haber querido volar demasiado alto. En ocasiones como esta noche puedo entender el significado último de toda esta música construida a base de pura cólera, puedo sumirme en Thorns on my Grave y dejar que la canción me electrocute y me arranque la piel a tiras, sentir que esa rabia es también mía, mirar con los ojos inyectados de dolor al mundo y decirle cuando me hayáis destruido os pido sólo una cosa: que pongáis espinas sobre mi tumba.
[Originalmente publicada aquí en 2007, esta entrada estaba en borradores no sé por qué motivo. Vuelvo a subirla.]
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1 comentario:
la piel de punta? :p jejeje
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